1999 · Monasterio Sant Pere de Roda
Los monjes pintados de Sant Pere de Roda.
Para quien lo aprecia, el Monasterio de Roda es como un laberinto. No un laberinto alegre, organizado y botánico, sino más bien invertido o vertical, arquitectónico y geológico.
Se ha trabajado, recientemente en su resolución arqueológica y los resultados han sido sorprendentes. En su primera formulación altomedieval, aún no se organizaba en torno a un claustro. Su primera iglesia la habíamos tenido siempre a la vista; asomaba en la cripta sin que supiéramos verla. El deambulatorio que habíamos intentado relacionar trabajosamente, no sería sino una transformación tardía de un coro insospechado. Y, en todas sus frases, era centro de unas necrópolis inmensas, que se le introducían por todos sus resquicios. Pero a pesar de todos los conocimientos que acabábamos de obtener, Roda no revela fácilmente sus secretos. El principal tal vez sea su origen: por qué se instaló en la ladera de montaña sin plataforma, sin un palmo cuadrado que plantar, para sobrevivir naturalmente. Únicamente el manantial que permitió su habitación sigue manando, revelando que el elemento líquido no puso ni pone problemas.
Roda es también un laberinto vacío. Los monjes lo abandonaron voluntariamente ahora hace exactamente doscientos años. Notaban que el lugar pertenecía a otras épocas, que en cierto modo se remontabas más allá del cristianismo, del monaquismo, tal vez incluso del eremitismo. Al final del siglo de las luces, un destacamento de unos pocos monjes instalados en una roca sobre el mar era un anacronismo Se fueron voluntariamente al llano, a la proximidad de los campos y del trato humano. El cambio fue un suicidio poco después la comunidad se extinguió.
El mérito de Begoña Ramos, haber repoblado de monjes el gran monasterio sobre el mar. Porque aunque no se sintiera especialmente, casi todo en él es obra humana. Y una obra, considerando el lugar colosal (si el adjetivo vale para el clero). Hasta ahora, Begoña había volcado su sensibilidad principalmente hacia lo inerte. Lo cotidiano. Enseñando que el arte puede revelar lo infinitamente pequeño. En esta exposición ha debido afrontar lo contrario: lo tremendo, lo no visto. Ha debido no meterse en el laberinto, sino meter a los que habían querido salir, para que los demás lo podamos ver.
Jaime Barrachina – 1999
Cuando Begoña Ramos contempló el monasterio de San Pedro de Rodes incrustado en la montaña a la cual a dado nombre, en un acto de abstracción interior, imaginó los monjes que lo habitaron. Los vió estudiando, rezando, confesando, reunidos en el coro, compartiendo noches y alboradas, penitencia y trabajo, soledad y amor al Dios que los había elegido.
En pocos meses, con la energía y maestría que la caracterizan fue plasmándolos tal y como los había imaginado, sirviéndose de los modelos sumisos, obedientes al ritmo de la mano que los dibujaba con los pinceles en actitudes propias de hombres avezados a la soledad y al silencio. Hombres alejados del mundanal ruido, al servicio del único que no les defraudaba, el único que conmovía su alma y podía dirigir su destino. Austeros interiorizados, sumergidos en la clausura, que tenía como contrapartida una naturaleza sombría y penetrante, rumorosa de árboles sonoros con el viento, templados en la paz de los días pausados. Antiguamente el paisaje no era como el de hoy endurecido por las rocas y los yermos, sino frondoso, con lianas pendiendo de los troncos, yedras que los estrechaban, acebos y arbustos donde tenía cobijo la pequeña fauna que medraba a su antojo, mientras, imperturbable el mar solemnizaba la lejanía.
Los monjes que ha recreado Begoña Ramos ha llenado de vida uno de los dos claustros de San Pedro de Rodas, están esencialmente integrados con el monasterio que iza sus torres románticas como si el tiempo no las hubiera herido, incólume a los avatares, al deterioro, a la degradación.
Cuando, camino de Santiago de Compostela abandonan el claustro como si desearan ganar el jubileo que será el último segundo del milenio, San Pedro de Rodes volverá a quedar solitario, crepuscular. Pero nosotros, los que hemos tenido el privilegio de contemplar los frailes creados por Begoña, seguiremos viéndolos unidos a nuestro monasterio, desde el que consulta libros, al que pulsa el órgano, pasando por el que confiesa sus flaquezas tendido en el suelo, o al grupo que avanza en la penumbra a la luz de la vela, o los que rodean el cuerpo sin vida de uno de los condes de Ampurias.
La obra que comprende nueve grandes lienzos, ha entrado en la historia de nuestro tiempo como los frailes primitivos entraron en la del medievo. Ahora están hermanados por el arte pictórico, tan rico en detalles y matices, de una mujer que los ha hecho revivir en el mismo monasterio que enmarcó sus vidas.
Monserrat Vayreda i Trullol – Julio – 1999
El Rey Felipe VI entonces Príncipe de Asturias inauguró, en la localidad gerundense de Port de la Selva, las obras de restauración del Monasterio de San Pedro de Rodas, que se han llevado a cabo durante los últimos cuatro años. Su Majestad descubrió una placa conmemorativa y a continuación visitó en el templo, fundado en el siglo IX, acompañado del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol la exposición de Begoña Ramos. Durante su discurso, el entonces Príncipe de Asturias destacó la importancia de la restauración de este histórico monumento y señaló la necesidad de la participación de todos para salvaguardar el patrimonio histórico.